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Primer cuento de Vampiros

(Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta, 1988)

 

Martha Elisa Camacho Alcázar

 

 

La noche era ya cerrada y no quedaba un alma en los jardines de la universidad. Caminé solitaria, por los senderos enlosetados; la luna dejaba caer su luz azul y blanca haciendo más densas las sombras entre los edificios y más profundo el frío. No pude evitar un estremecimiento a causa del aire helado y de cierto temor. La soledad es un sentimiento inherente a cualquier ser humano, pero se convierte en una piel íntima cuando nuestra humanidad no es tanta.

 

Al llegar a casa, presentí –con esa intuición heredada de mis antepasados- que algo no marchaba bien. Quizá fuera el efecto de la luna. Recogí mi cena del buzón y entré, pensando sólo en descansar, después de un día de trabajo pesado, un día como muchos otros desde hacía más de ¡Cien años! Dios mío, con razón me sentía tan cansada y vieja. Con cuidado, saqué la bolsa del paquete; más o menos un litro de sangre perfectamente empacada, fresca y libre de microbios y la serví en un vaso.

 

¡Cuán simple! La gente nos imagina como monstruos perversos, duendes malignos y depravados, seres de oscuridad envueltos en una capa igualmente oscura, capaces de todo con tal de saciar su sed de sangre. No hay tal; desde Vlad Dracul hasta el último de nosotros, la condición de vampiro no pasa de ser una enfermedad, y dependiendo del punto de vista, poco menos molesta que una gripe ¿Quién iba a pensar que aquél pedruzco caído del cielo y hallado por el niño Vlad iba a traer tantos problemas? Algo venía en el asteroide, algo que se alimentó en el aire, que entró en el cuerpo del príncipe niño y que acabó por iniciar la larga y antigua leyenda de Drácula.

 

El virus era insidioso, a la par que terribles sus efectos, sin que existiera antídoto o vacuna de alguna clase. Se contagiaba como la hidrofobia, por la mordida; lo convertía a uno en un ser alérgico a la luz y nos dotaba de nuestras peculiares señales; lunares en la palma de la mano, ojos negros, la capacidad de hipnotizar casi inmediatamente, la palidez de la piel y un par de estupendos y afilados caninos… y también, de la tentación de usarlos.

 

La peor de las consecuencias, atacaba nuestro estómago, deformándolo al grado de quedar condenado a vivir de la sangre para siempre. Y por supuesto, gracias a la regeneración de tejidos que comer sangre fresca produce, éramos –somos- prácticamente inmortales. Esto no era garantía de salud; conocía a amigos con cáncer eterno, que a pesar de sus dolores, no podían morir. La única forma de matar a uno de los nuestros consistía, simplemente, en desangrarlo totalmente.

 

En un principio, fuimos perseguidos, anatemizados, malditos. La leyenda que se creó de nosotros estaba basada en la desesperación de los primeros , por alimentarse, incluyendo al mismísimo Vlad, el hijo del Dragón, Drácula.

 

Gracias al InterBlood y a los donadores voluntarios, yo tenía sangre esa noche y la tendría la siguiente, sin tener que lastimar a nadie –con el consiguiente riesgo del contagio- y sin que nadie me temiera. Eso no quería decir que estuviera a salvo; a pesar de los controles, la sangre podía traer desde hepatitis hasta sífilis, por no hablar del nuevo azote del VIH. Y, como ya dije, la inmortalidad no significa inmunidad.

 

La ración de sangre, además de acabar con el hambre, nulifica la tentación de usar los propios dientes, pero no todos pueden resistirla y de vez en cuando hay algún contagiado.

 

Yo soy un producto de ésta época, podía vanagloriarme de la virginidad de mis colmillos y también, sentirme segura de no llegar a usarlos jamás. Cuando llegaba a sentir esas ansias extrañas en la punta de la lengua, mordía salvajemente la bolsa y no bebía la sangre; la lamía hasta no dejar una sola gota.

Esa noche tenía apetito; me acabé el vaso casi de un sorbo y me senté a leer la correspondencia. Había una carta de Iván, nuestro ángel de la guarda. Debía de tener más de trescientos años y lo representaba. No más de un par de líneas, con la orden de reportarse de inmediato; repentinamente, el presentimiento volvió dándome escalofríos.

 

Nuestra organización es muy sencilla; seminómadas e independientes, debemos reportarnos con los mas ancianos de vez en cuando, quienes llevan un registro de inevitables contagiados nuevos –o nacidos, así los llaman- muertes y cosas por el estilo, a más de administrar el InterBlood, el servicio que nos provee de sangre en todo el mundo.

 

El mensaje de Iván era desusado; Alexei –el primo con quien vivía- había escrito a Iván hacía menos de un mes ¿Qué podría ser tan importante? En eso estaba cuando sonó el teléfono

 

-Eva? Eva Zothara? Habla Iván, por qué no se han reportado aún?

La voz era cortante, tensa; la frase salió de un solo suspiro

-Vania! ¿Como estás? Lamento no haber llamado antes, tengo tu carta en la mano y estaba a punto de hacerlo ¿Qué ocurre?

-Algo que parece serio. Uno de los chicos está tratando de escapar del cajón…

Iván quería decir, literalmente, que uno de los nuestros había enloquecido y estaba atacando a la gente

-Deseaba saber cómo estaban; temí por ti

Me sentí molesta. No había razones –nunca las había dado- para que Iván sospechara de mí

-Estoy perfectamente, Vania. Ni Alexei ni yo te hemos dado problemas jamás ¿Por qué nos llamaste?- Iván debió de haber notado mi enojo, pues se apresuró a disculparse

-No porque sospechara de los Zothara, Eva ¿Está Alexei contigo?

-No, pero supongo que se encuentra bien; ha salido de la ciudad unos días

-¡Bendito sea Dios! Siento mucho molestarte, Eva, pero el reporte llegó como algo urgente y el tipo se encuentra en la zona de ustedes…

-De quién se trata?

-Ese es precisamente el problema! Ignoramos quién es y nadie ha sido reportado por los psiquiatras, por eso los busqué ¿Conoces a alguien que pudiera estar enfermo a ese grado?

-No, que yo recuerde; Alexei tiene muchos amigos humanos, pero de los nuestros hay muy pocos en la ciudad. Este “Alguien”…ha estado atacando personas?

-¡Más que eso! Tenemos a tres contagiados, en plena crisis; una de ellas está al borde de la locura! Si no lo aislamos, nos meterá en serios problemas, no necesito decirte cuáles. Mira, Eva, por favor, tú y Alexei estén alerta y si notan algo…aunque sea mínimamente raro en todos los humanos que conocen, no dejes de avisarme, entiendes?

- Si, Vania, haremos como dice, algo más?

-Se aproxima la luna llena, así que revisen sus provisiones de Valium, no quiero a nadie que esté desprevenido

-Qué crees que hagan los del Consejo?

-Aún no sé que medidas se van a tomar; aunque lo más seguro es que se recurra a la eutanasia

-Crees que sea tan serio como para ello?

Iván suspiró. Por primera vez me dí cuenta de que estaba agotado

-Mira, hija mía, considera esto: si tenemos en confinamiento casos que se consideran incurables por haber mordido a un solo individuo ¿Qué vamos a hacer con un loco que ya lleva tres? ¿Entiendes? Por ahora, sólo manténganse alertas y Eva…

-Dale mis saludos a Sasha y que Dios los bendiga.

 

Cuando colgó, no pude menos que sonreír; nada aparentemente más ajeno a un vampiro que la bendición.

 

De modo que mi intuición de vampiro estaba funcionando; las noticias no eran precisamente buenas nuevas. Me quedé pensando en ello; sí que lo entendía. Nada iba a curar a esa gente y comprendía la urgencia del Consejo por detener al que las había infectado. Si la hipnosis no bastara, si ningún entrenamiento servía, el confinamiento permanente y la eutanasia eran las únicas soluciones realmente efectivas para desterrar las crisis de angustia y ansiedad, origen y causa de los ataques que provocaban un nuevo contagio. La pena capital fue usada muchas veces en el pasado, tanto, que alguna vez controló a la población creciente; y en cuanto al confinamiento, no se diferenciaba mucho del usado por los humanos en sus propios enfermos del alma.

 

Alexei llegó unos días después, en plena madrugada, haciendo escándalo y apestando a vino. El pobre era un alcohólico casi eterno, sin remedio desde hacia 98 años, o más precisamente, desde el aciago día en que se descubrió a sí mismo sediento de sangre, condenado a ser lo que éramos de por vida, una vida interminable.

 

Nunca se resignó a su condición de vampiro y se consolaba con litros de vino y vodka y líos de faldas; los negocios de nuestro abuelo –un auténtico boyar- florecientes aún, le permitían llevar esa vida. En el fondo, era un desgraciado solitario como cualquiera de nosotros, sólo que doblado bajo el peso de su pena. Con la voz estropajosa y la cabeza revuelta y sucia – pruebas seguras de varios días seguidos de juerga- se quitó ceremoniosamente el sombrero y se dejó caer en el sillón

 

-¡Salve Eva, mujer primera y tenebrosa!- miró desorientado el lodo de sus zapatos, dejado sobre la alfombra- uh..tendrás que disculparme…has estado bien en mi ausencia?

-¡Dios mío! Mírate nada más, estás hecho una piltrafa! Vé a darte un buen baño y luego hablaremos

 

Me miró sin comprender; con algún trabajo y pese a sus quejas, lo arrastré a la bañera y lo dejé ahí, cantando a gritos mientras el agua fría lo traía de nuevo a la coherencia

-¿Ocurre algo?- dijo, reapareciendo en la sala, mojado aún por el reciente baño

-Se nota?

-Estás de un humor más lúgubre que de costumbre, prima Eva ¿Se metieron ladrones y les cortaste el cuello o algo así?

-Vania llamó, hace dos o tres días

-Vania?! Que dijo?- la sorpresa de Alexei fue evidente

-Alguien ha escapado del cajón

Alexei soltó la carcajada. A veces parecía incapaz de tomar algo en serio y eso me exasperaba

-Y eso es todo?? ¡Ese viejo! Todos ellos temen que cualquiera mas joven se les vuelva loco y entonces, demuestren su incapacidad para controlarlo; los problemas del Consejo son de ellos, primita –fue a la cocina y regresó repentinamente, mientras me miraba con ojos suspicaces- además, por qué nos llamó a nosotros?

-Dice que el loco está en la ciudad y sólo nosotros estamos en esta zona

-Ah, si? Entonces no es de los nuestros; además de los nobles Zothara, sólo queda la vieja Eleni, al sur. Y creo que ella ya ni dientes tiene. Además, puedes estar segura de que yo no he mordido a nadie: soy alérgico al perfume y los mortales gustan de empaparse el cuello con litros de esos venenos…no, por mí, puedes estar tranquila…no comería ni pescuezo de pollo

 

Los dos reímos. Quizá Alex tenía razón; era problema del Consejo y yo estaba preocupándome demasiado. Casi sin transición, se quedó dormido sobre el sofá, con el largo cabello rubio aún mojado cayéndole a un lado del rostro. En otro tiempo y en éste, habría sido un chico alegre y despreocupado, hasta un tanto irresponsable. No pude evitar sentir pena por él, quizá un reflejo de la que en el fondo sentía por mí misma. Durante las horas de la noche –horas de vigilia forzada a pesar del sueño- la soledad llega a poseernos de forma tan completa que acaso pudiera decirse que no existimos en absoluto, en contradicción con el sentimiento paralelo de ser los únicos habitantes del planeta…

Era durante esas horas cuando comprendía la tristeza de mi primo y mi propia lobreguez y la distancia –física y mental- que nos separaba de nuestros iguales; pocos, muy pocos, aceptaban con calma el solitario destino que nos estaba deparado. Y eran muchos, en comparación, los que iban a dar al confinamiento permanente.

 

El loco que ahora estaban persiguiendo Iván y los demás Mayores era uno de esos muchos, pobre. Forzado a comer de una bolsa, a ocultarse de los estragos del sol bajo la mascarilla de maquillaje, a olvidarse del amor, a permanecer en la soledad de la noche…

 

Afuera, en la semiobscuridad de la madrugada, un millón de seres normales se preparaban para un nuevo día de risas y tal vez de lágrimas, de alegría, de vida. Lo nuestro no era vida, aunque dependiera de ella. La vida debe de tener un sentido y muchas veces, éste no se encuentra sino a unos minutos de la muerte.

Negándome a pensar más, me obligué a dormir.

 

No volvimos a recibir llamada de Iván sobre el loco suelto. Sin embargo empezaron a circular noticias –en todos lados- sobre una serie de asesinatos que estaban dándose al norte de la ciudad. Que un maniático se suelte matando gente es una cosa que vemos todos los días y no asombra ya a nadie, ni a los seguidores de notas rojas. Pero que este mismo maniático asesine sólo los días de luna –desde el primer día de creciente hasta iniciar el menguante- y se especialice en destrozar cuellos y vaciar de sangre el cuerpo de sus víctimas, sin dejar ni un rastro y sin que se pudiera saber qué clase de arma ha utilizado, definitivamente es algo fuera de lo común.

Las víctimas contaban desde una niña hasta una anciana ¡Veinte en total!

Todas habían sido halladas en una zona amplia, hacia el norte. Ningún asesinato tenía el mismo patrón de ataque, ni siquiera la hora en que habían ocurrido éstos había sido la misma.

El asesino era rápido y silencioso y se desvanecía en el aire, frustrando los esfuerzos de la policía y una veintena de sus detectives.

 

Llamé entonces a Iván, pero éste había salido en repentino viaje a Europa y su secretaria no tenía idea de dónde pudiera estar y de cuándo volvería.

Esto me dio a entender que seguramente el Consejo se estaba reuniendo. Que Iván no dejara datos era una medida que tomaba por su misma secretaria, quien no era de los nuestros.

 

En tanto, la ciudad estaba inundada de noticias y comentarios sobre los macabros asesinatos y ya se hablaba del “vampiro del norte” en los periódicos. De ahí que no me pareció extraño que uno de mis alumnos me interrogara al respecto.

 

Alberto estaba un poco retrasado en el temario –una pierna rota en tres, gracias al alpinismo, lo había mantenido un buen rato fuera de la escuela- y me había pedido unas cuantas clases particulares para ponerse al corriente. Estas clases solía darlas los sábados; era una forma de llenar las horas muertas y de completar mi bajo sueldo de maestra.

 

Repasamos toda la historia universal –es mi asignatura- desde la prehistoria hasta el siglo X, cuando la invasión europea por los turcos, período que dominaba a la perfección mas por un cierto orgullo patrio que por verdaderas razones de estudio. La mayor parte de los nuestros veníamos de la tierra de Vlad, de la zona de los Cárpatos rodeada por tres países, de aquella patria sombría que los Tepes Drakuilli defendieran tan sanguinariamente. De repente y sin motivo, Alberto me espetó:

-Maestra, cree usted en los vampiros?

Me reí

-No, en absoluto. Puedes darte cuenta, por lo que acabamos de repasar, que hubo una razón histórica que propició la leyenda de los vampiros ¡Por qué la pregunta?

-No ha visto las noticias?

-Ah, el “vampiro del norte”- serví un poco más de té- seguramente se trata de un enfermo que cree que lo és; espero que lo pesquen pronto ¿Continuamos?

-Es verdad que usted es rumana?

-Valaca, Alberto; o mejor dicho, mis padres lo eran. Yo nací en el barco que los trajo a América

-Y de veras Drácula es un héroe para ustedes?

Empecé a impacientarme

-A qué viene todo esto, Alberto?- el muchacho se turbó

- Le diré la verdad: los muchachos…usted sabe cómo son, afirman que el asesino ése, es realmente un vampiro y como usted es rumana, pensamos que sería una experta…

-Así que te mandaron a interrogarme para ver si, por gracia del espíritu santo, yo sé si ese loco lo es, verdad?

-Algo así…usted que cree?

-Verás, Beto, no soy una experta en leyendas ni supersticiones. Acabemos de una vez; bastante mal de la cabeza debe hallarse ese loco para hacer lo que hace y no vamos a perder la clase sacando deducciones…-eso finalizó los comentarios.

 

Por la noche, molesta por lo ocurrido y preocupada después de varios intentos –inútiles todos-para dar con Iván, ante la perspectiva de una velada larga y silenciosa frente al televisor, Sasha propuso que fuésemos a dar un paseo.

 

Sacó las enormes motocicletas –única extravagancia que me permitía- y enfilamos hacia la carretera a toda velocidad. Por alguna razón, el viejo presentimiento me invadió, no pude evitar la sensación de que las cosas no iban a salir bien; la luna brillaba intensamente, como aquella noche en la escuela.

 

Oré por unos instantes, pidiendo que nada malo fuera a ocurrirme y apreté mi cruz de plata, regalo de mi madre, que siempre llevaba colgada del cuello. Nunca una noche me había parecido tan amenazadora, a pesar de lo clara y brillante.

El aire perfumado a pino me azotaba el rostro descubierto cada vez que aceleraba; sentía que casi podía volar. Alex me hizo la seña de que lo siguiera y bajamos hacia la ciudad, desviándonos a un camino que daba a los barrios elegantes de ésta

-¡Caíste Eva! Apresúrate o llegaremos tarde a la fiesta

-¿Cuál fiesta?

-¿Y crees que iba a decírtelo? ¡No habrías aceptado venir!

 

Y vaya que tenía razón; las amistades de mi primo y el círculo en que se movía no eran precisamente de lo más recomendable; algunos juniors notables. Otros, con más pretensiones que riquezas; toda clase de chicas, desde la cenicienta recién llegada de un barrio bajo gracias a su belleza hasta la riquísima heredera sin mayor atractivo que su dinero. Quizá si no hubiésemos sido tan diferentes, Alexei y yo habríamos estado menos solos. El también evitaba mis reuniones de literatura e historia de “gente pesada y seria que sólo sabe hablar de realidades asquerosas ¡Necios! Lo único que importa es divertirse” según él decía.

 

Ya en la fiesta, me dí cuenta de que mis presentimientos habían sido falsos. Era sólo otra reunión de lo mismo; hijos de pretendidos millonarios, nuevos ricos y gente dada a los escándalos. Empezaba a dormirme en un rincón, cuando Alex llegó para presentarme a dos de sus “amigos”, de esa clase que lo son, mientras el dinero dure

-Mi prima Eva…Emilio y Frank- rió estruendosamente de nada y los otros dos hicieron lo mismo. Ninguno de los dos pareció interesarse mucho ni yo presté la mayor atención, hasta que se apartaron para ir por bebidas. En ese momento, el más alto –el llamado Frank- alzó su vaso y su cabeza…

 

El universo se contrajo en torno mío, hasta aparecer en su perfecto centro geométrico un trozo blanco y desnudo del cuello de Frank.

 

Fue sólo un instante, pero sentí que perdía el piso; nadie lo notó, sólo Alexei. Con disimulo y prisa me sacó al jardín

-Qué te pasa?? Fue el vino?

-No he tomado una sola gota…no me siento bien-temblaba. Alex me dio un poco de vino

-No mejoras?

-Me parece que no…más vale que vuelva a casa- Alex me miró a los ojos, como tratando de adivinar qué me estaba pasando.

-Está bien. Como quieras. Llégaré más tarde.

 

Volví con trabajos, con la luna a mi espalda, con el sudor empapándome las manos y la tentación en los colmillos. Y esa noche fue la primera de un insomnio voraz y verdoso, de un hambre insaciada. No podía ni siquiera concentrarme para dar clase.

 

Aquella especie de lujuria que sentía, esa avidez descomunal de sangre; aquella comezón tan extraña en mis dientes y esa hambre interminable áun después de mi ración diaria acabaron por alterarme tanto que comencé a dormir sólo con tranquilizantes. Ante la falta de respuesta, Alex consiguió un médico –de los nuestros, claro- yo no sé de donde, quien lo único que hizo fue aumentarme la dosis de Valium al grado de que no podía tenerme en pié.

 

¡Resiste! Me suplicaba Alex. La tentación a veces llega sólo una vez en tu larga vida. Si la vences esta vez, no volverá a molestarte; si no, siempre podrás recaer y recuerda que no debes lastimar a nadie.

¡Aguanta! Tienes la obligación de sostenerte por ti y por todos los Zothara ¡No hemos llevado la muerte a nadie! No somos unos asesinos y tu no eres una demente ¿Vás a ser uno de los confinados?

 

Yo casi no podía responder debido a la niebla en que me sumía el tranquilizante.

Aún así, Alex me puso otra dosis de Valium y me dejó tirada en la cama, entregada a delirios espantosos y aun hambre de sangre cada vez más creciente, aunque ya estaba tomando ración y media. Esa tarde, el “vampiro del norte” volvió a atacar y esta vez, dejó a su víctima en el estacionamiento de la universidad.

 

Tres de mis alumnos –Alberto incluído- fueron a visitarme después de que dieran la noticia y se quedaron bastante asombrados de mi aspecto. No me gustaban sus suspicaces preguntas; dejaban traslucir la sospecha de que yo sabía lo que estaba pasando. Aunque ningún policía, por insensato que fuera se le habría ocurrido pensar en uno de los nuestros, por obvias que fueran las huellas, me aterré. Estaba demasiado cansada y adolorida como para sentirme coherente y despedí a los muchachos tan rápidamente que me quedé con el temor de que aumentaran sus sospechas.

 

¿Sospechas? ¿De que?

 

Me dormí y tuve un sueño horrible.

Frank me ofrecía su cuello, más blanco que una nube ¡Tan suave y firme! Podía sentir su pulso en mi lengua y su carne desgarrarse tan fácilmente que me parecía morder mantequilla; saboreaba su sangre hasta hundir la cara en la herida, sorbiendo su vida glotonamente, escuchando su respiración agitada y estertorosa, sintiendo un placer casi extático, terrible y perverso… el horror de esto último me despertó gritando.

 

No era una asesina, ni siquiera le había deseado algún mal a otra persona; mucho menos había pensado o soñado en matar a alguien ¿Cómo podía producirme alegría o bienestar pensar en ello? Lloré amargamente, sintiendo que el alma se me hacía nudos en el cuerpo. Era una sucia, una demente? O no lo era? La confusión me atormento un buen rato, antes de lograr serenarme. El llanto me hizo un efecto de limpieza, de absolución lenta. Tomé la determinación de resistir, aunque eso implicara tener los nervios alterados y renunciar al sueño, porque no quería acabar mi vida confinada, porque no estaba loca sino sólo asustada, tenía que hacerlo así –por mi propia salud mental y física, por lo que el ser vampiro implicaba- con toda su carga de soledad y tiempo, debía resistir.

 

 

“La tesis del vampirismo como una enfermedad del sistema digestivo y de la sangre es, en esencia, correcta. Por supuesto, no debe confundirse con el sindrome protoporfírico, enfermedad genética aparecida durante la expansión del imperio romano hacia la zona de Inglaterra y hacia el noroeste de la bota italiana. Debida principalmente a la endogamia entre los nobles europeos de principios del medioevo, el síndrome proporfírico o erytropoietic protoporphyria, básicamente se presenta cuando el gene que determina la cantidad de porfirina en la sangre, deja de funcionar.

Esto produce una coloración excesiva de la misma, de un rojo profundo y la vuelve capaz de alterar la capilaridad de las paredes que la contienen. La piel y la esclerótica enrojecen agrietándose y sangrando fácilmente, de una forma parecida a la observada en la leucemia –es decir, se suda sangre- El labio superior retrocede y las encías se encogen, haciendo parecer más grandes los dientes.

Los enfermos no resisten la luz solar, ya que ésta les reseca aún más la piel; uno de los primeros síntomas es la falta de descendencia. En la edad media, los médicos hacían beber cada noche una considerable cantidad de sangre a las víctimas del síndrome, en un esfuerzo inútil por recuperar la que perdían durante el día. Esencialmente de aquí surgió la leyenda de los chupadores de sangre y de los vampiros en general. Huelga decir que los enfermos de este mal no viven mucho tiempo.

La moderna porfiria tiene sólo rastros del antiguo síndrome –sobre todo porque la endogamia se ha reducido muchísimo, incluso en las zonas aisladas- y puede controlarse con la dieta proteica a través de la sonda Hickman y la vigilancia adecuada.

La segunda clase de vampiro es la que nos interesa tratar. No hay precedencia de un virus semejante, a excepción quizá de la diabetes, enfermedad que no es causada por virus, pero que altera el metabolismo, impidiendo al enfermo tomar las energías para vivir de la glucosa, asi como el virus del vampirismo lo cambia para tomar éstas de la sangre o más recientemente, el VIH, el cual tiene sobre sí, la negra sospecha de ser uno creado por el hombre.

De hecho, basándonos en los datos existentes quizás sea – éste virus- una prueba de la teoría de la panespermia, la cual afirma que el universo está lleno de vida, la cual viaja a través del espacio en los aerolitos y cometas, esperando caer en un mundo con las condiciones propias para su desarrollo.

El virus readapta al ser humano de una forma tan parecida al murciélago vampiro que podemos hablar casi de otra especie humana; el tubo digestivo entero se adelgaza y semiobtura, haciéndose incapaz de procesar otro alimento, excepto quizá algunas grasas y el alcohol. Las vellosidades del intestino se encogen, absorbiendo únicamente proteína sanguínea y rechazando cualquier otra, como ya lo han demostrado las pruebas de Morán –Morán et al. Informe Anual y etcétera, Madrid, 1975.

Las características físicas, como la palidez de la piel y el largo de los caninos –hasta 50% mayores que en una persona normal- asi como la fosforescencia de los ojos, la misma que en los animales y su capacidad de inducir hipnosis casi instantánea, añadieron más elementos a la ya tradicional leyenda. La mayoria de las ansiedades y neurosis son controlables gracias al InterBlood; teniendo control sobre la alimentación, éstas desaparecen casi automáticamente.

Gracias a la responsabilidad de los contagiados y a los donadores voluntarios, el vampirismo carece de los índices epidémicos del VIH, la hepatitis C y otros virus, aunque en definitiva, es materialmente imposible –aun en estos tiempos- hablar abiertamente de él. Si pudiéramos separar del viurs los factores genéticos que inducen a la regeneración de tejido y evitan la longevidad, podría decirse que habríamos descubierto el suero de la eterna juventud…

…Sin embargo, alquimistas tales como Paracelso y María la Judía, han dejado constancia en sus escritos de otra clase de vampiro, sin referirse en absoluto a la enfermedad que acosó a Vlad Drakul. De éste, sólo sabemos que inspiró a Bram Stoker, el hombre que logró que generaciones enteras temieran a los vampiros o los romantizaran, hablando de ellos como seres relacionados con el mal y con los sentimientos mas oscuros de la mente humana; difícilmente podemos considerarle como un ejemplo de pensamiento clarificador.

Paracelso nos dice que este vampiro se alimentaba del “alma buena del hombre, simbolizada por su sangre, dejando sólo la parte mala, la cual era rechazada por el cielo y le impedía morir”.

A esta caracteríscica se sumaban una cierta voluptuosidad y la aparente inocencia, incluyendo una curiosa marca física, los lunares en la palma de las manos, señal que incluso algunos de los nuestros llevan. Dado que no existen más datos, podemos dejarlo flotando, como las clasificaciones que hizo Aristóteles de los usos de la mandrágora, recopilados brillantemente por Borges en su Zoología Fantástica…

 

Tomado de la “Cronología Histórica de la Hematofagia”

  1. Huxley IV, Premio Nobel de Biología, bisnieto del gran Aldous, vampiro, también.

 

 

Poco a poco, la obsesión empezó a desaparecer, dejando un rastro doloroso, como cuando se mira una luz brilante.

Volví a la escuela y me dediqué de lleno al trabajo, sin volver a soñar con cuellos blancos y sangre… mientras tanto, hubo otros dos muertos en la misma zona y se empezó a notar cierta histeria colectiva en la universidad. Los periódicos daban recetas para protegerse y recomendaban cargar consigo ajos y cruces por si el supuesto vampiro aparecía de nuevo. Incluso un serial de chismes sacó al aire una “dizque” entrevista secreta a los herederos de Drácula, en la cual advertían que no debía salirse a la calle en noches de luna llena.

A pesar de seguir mi dieta de siempre, empecé a perder peso; las manos y la cara se me afilaron terriblemente. Alex consideró la posibilidad de una enfermedad seria y llamó nuevamente al médico. Había pasado ya mes y medio desde la llamada de Iván y éste continuaba desaparecido. Al mismo tiempo, los asesinatos habían cesado repentinamente, sin que se encontrara al causante ni hubiera pista alguna para dar con él.

 

Todos los análisis habidos me fueron hechos, sin hallar nada. El médico diagnosticó agotamiento severo y principios de desnutrición; Alex me consiguió una licencia de dos meses en la escuela y se dio a buscar una maestra para sustituírme.

 

Teníamos una casa en la cercana sierra, lejana de todo; partí hacia allá en cuanto pude sostenerme en la moto.

 

Los primeros días fueron idílicos; recuperé el sueño y, lentamente, el peso. Durante las noches me dedicaba a la astronomía, vieja afición que abandonara con tantos y repentinos malestares.

Después -¿cuántos días fueron de paz, Dios mio? ¿Por qué la perdí? Es cosa que aún no acabo de comprender- a la velocidad del rayo, todo decayó miserablemente.

Los ojos –unos ojos oscuros y bellos, del color de la noche, rasgados y enormes- me perseguían en el sueño. Las ansias de sangre, tibia y fresca, regresaron progresivamente hasta superar el nivel anterior, enloqueciéndome.

Mi pulso se aceleraba y el hambre me estaba matando, hasta que una noche, agotados ya todos los calmantes y mis escasos recursos mentales, volví a la ciudad sin avisar a nadie. Las manos me temblaban, empapadas de sudor, asidas fuertemente al manubrio de la motocicleta, presas de ansiedad…

 

Irónicamente, me sentí libre, como si hubiera roto alguna cadena que me ataba dentro de mí misma. Rugí en el aire de la noche; era la primera vez que lo hacía. Miré de reojo mi rostro en el espejo retrovisor, nunca los rasgos del vampiro se me habian acentuado tanto. Pálida y desencajada, ojerosa, con los colmillos abultándome ya el labio superior como si hubieran crecido en tamaño y filo y mis ojos de un color de vino oscuro y con la mirada perdida. Me enfurecí ¿Qué le había hecho yo a ese infeliz para no poder apartarlo de mi mente? Ni siquiera le habia mirado bien y todos sus rasgos estaban grabados en mí de una manera que estaba sumiéndome en una profunda y desesperanzada agonía.

 

Mientras la Harley devoraba el camino, pensé vagamente en el confinamiento, pero no me importó; comprendí de repente por qué los confinados se arrojaban contra las paredes de su encierro, rugiendo y haciéndose daño, aullando obsesivamente y muriendo poco a poco de desesperación, la locura por un fin no logrado, el asesinato de un ser humano, el río de sangre que lo mantenía vivo, el alimento vital para nosotros…Aceleré la motocicleta.

 

El teléfono sonaba insistentemente. Limpiándose la boca y tropezándose con las cosas y los muebles de la sala, Alexei se apresuró a contestar.

-Si?

-¡Sasha! Habla Iván, supe que me estaban buscando

-¡Vania!? ¡Qué gusto! Estábamos muy preocupados; hubo una serie de muertes raras por aquí y han pasado un montón de cosas…- y acto seguido, Alexei refirió todo lo que le estaba ocurriendo a Eva, su larga enfermedad, la desnutrición, las cigilias y pesadillas y todo lo demás. El anciano se alarmó muchísimo.

-Dios tenga misericordia de nosotros! Está Eva contigo?

-Claro que no; Huxley le recomendó descansar y se fue sola a la casa de la sierra.

-¡Eres un imprudente!! Cómo se te ocurrió mandarla sola en estado de predelirio!!? Hay alguna forma rápida de llegar allá?

-A no ser en la Harley… el camino no es muy bueno. Qué…es tan grave?

-Mucho, el asesino de quien me hablas puede ser el mismo por el que les alerté y si Eva está reaccionando así es porque seguramente entró en contacto con él, de alguna forma.

-Ella? Pero si sólo se dedica a la escuela!

-Notaste alguna cosa, algún cambio en su actividad, antes de que cayera en ese estado?

-No que yo recuerde. Debo ir a buscarla?

-Por supuesto que irás! Vé por ella y tráela contigo, si es posible. Cuando estén de vuelta, llámame de inmediato; espero que no sea demasiado tarde…

Iván colgó, mientras Alex, refunfuñando un poco, se ponía los guantes y el casco, preguntándose si sería demasiado tarde para qué…arrancó la moto, con un rechinido de angustia y enfiló hacia la carretera de la sierra.

 

Llegué a casa y comprobé con alegría que Alex no se hallaba; hurgando como una loca en sus agendas, hallé el número de Frank y diciendo llamarle de parte de Alex, le invité a una fiesta, citándolo a medianoche en casa. No fue difícil convencerle –las parrandas con mi primo eran mas que históricas entre su grupo de amigos- pero su voz me desilusionó y casi hizo que me arrepintiera! ¡Era tan joven! Sin embargo, los deseos se impusieron de nuevo, convirtiéndome en una bestia ávida de sangre, pacientemente desesperada, esperando la hora, gimiendo bajito como un gato, las manos temblando de ansiedad. Lloré por mi fracaso y reí como loca por mi próximo triunfo; la boca se me llenaba de saliva.

 

Toda la soledad se me reconcentraba de una forma amarga, la que pronto iba a desquitar todas sus energías guardadas durante cientos de años.

 

Ahora, descubría que era para éste delirio para lo que vivíamos y que los que llegábamos a sentirlo éramos mucho más afortunados que quienes lo resistían, resistencia inútil y llena de tristeza y desesperación. Me daba cuenta de mi nueva fuerza, casi infinita en su poder, total en su capacidad de revivirme, sin importar la penitencia que me aguardaba, seguramente. Además, tendría la bendición completa de que no fuera sólo una tentación inmensamente sentida sino vivida hasta sus últimas consecuencias. Me dejé poseer de mis propias ansias expectantes, de esa delicada agonía del saberse perdido ¡Por fin haría uso de mis dotes hipnóticas! Frank caería en mis brazos y moriría sin darse cuenta de que moría; me abandonaría a la demencia de destrozar su cuello, pena justa por haberme enloquecido y separado de mis iguales, de mi anterior vida sana y disciplinada, que ahora recordaba casi como un viejo sueño. Mientras el tiempo corría, mi deseo aumentaba más y más aún, ansiedad atormentante y fría, vacía de toda sensación que no fuera la furia, lujuria de sangre. Hambre de vida y calor…

 

Tocaron, tímidamente, a la puerta

 

Pude ver, a la luz de la luna, sus bellísimos ojos –al fin míos- y su sonrisa encantadora, su fina y firme barbilla y el objeto de mis deseos, su perfecto cuello…

 

En el último destello de razón, antes de atacarle, alcancé a pensar que una característica de los verdaderos vampiros es la voluptuosidad…la que Frank me demostraba al sonreír dulcemente en ese instante…

La mortecina luz de la luna aún tenía fuerza, disminuída lentamente por el cercano amanecer; ambas luces iluminaron la desordenada sala. El joven hombre se levantó del piso y se limpió la cara; luego, alzó en vilo a la mujer y la recostó en el sofá, tapándola hasta la barbilla con una manta. Sonrió aparentemente complacido; parecía que la mujer estaba durmiendo. Al ordenar las cosas de la sala, tocó sin querer un crucifijo de plata y casi gritó del susto. Luego, al ver la hora, tomó unos lentes oscuros de la repisa y se fue.

 

Era alto, muy delgado y pálido, quizá un poco ojeroso. Tras los lentes ocultaba unos magníficos ojos negros y en su sonrisa podían apreciarse ciertamente los caninos, un poco más largos de lo normal.

Al ponerse los guantes, para manejar la motocicleta, pudo verse el lunar en la palma izquierda.

 

Arrancó la moto y desapareció en la niebla del amanecer.

 

La calle quedó silenciosa…

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